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23-03-2019

Presentaciòn del libro 'Solo un Jesús marica puede salvarnos'

Es un placer presentar el hermoso libro del amigo Carlos Osma y poder reflexionar sobre un tema tan importante para las personas religiosas, como es la relación entre su religión y su orientación sexual o su identidad de género. Al mismo tiempo, es un tema tan doloroso como el de la discriminación, la estigmatización y la persecución de las personas LGBTIQ por parte de las religiones.

Me limitaré a cuatro pensamientos que me han venido con el texto del libro y su título, que encuentro muy significativo.

1. “Solo un Jesús marica puede salvarnos”. Este título lo entiendo del siguiente modo: nos puede salvar solo un Jesús que represente a todos y a todas, ya seamos gais, lesbianas, mujeres, negros, refugiados, personas con discapacidades, víctimas de abusos, de violencia y de injusticia social, pobres y marginados... Sólo un Jesús que se identifica con todos y todas, y con cada uno y cada una de nosotros, puede salvar a la humanidad, es decir puede hacernos felices.

Lo que los cristianos llaman la “salvación” se puede explicar con términos humanos como: la felicidad, la realización de la vida, la paz... Cuando la religión católica dice que una persona es beata o santa (los salvados) quiere decir que es feliz. Bienaventurado significa feliz (sermón de la montaña, Mt 5). Toda religión verdadera, en su esencia, no hace otra cosa o no debería hacer otra cosa que buscar la felicidad de todos, es decir: la salvación, la paz, la vida, la dignidad cumplida, la libertad plena, o como recuerda la preciosa definición de Jon Sobrino: “la salvación es aire puro, que pueda respirar el espíritu para moverse a lo que humaniza”.

Así interpreto el título del libro de Carlos: si el Jesús de los cristianos no representara a todos y a cada uno de nosotros, su salvación, su promesa de felicidad, sería una mentira. Por ello, estoy de acuerdo con Carlos: si Jesús no representa al gay o a la lesbiana, si no es también la persona transexual o bisexual, y mucho más, si no es una mujer, una víctima de abusos, una persona con discapacidad, no es un Jesús que puede salvar, que nos puede hacer felices. Si se excluye sólo a una persona, Jesús no puede salvar a nadie.

Un Jesús exclusivamente heterosexual, macho, blanco y eclesiástico no puede salvar a nadie, porque no sería, como dice el teólogo Roger Haight, ni símbolo de Dios ni símbolo de humanidad.

2. Esto es lo que no sucede en muchas iglesias cristianas, en las que presentan un Jesús que no hace feliz a todos. Para mi iglesia católica sólo hay un Jesús homófobo, misógino, androcéntrico y heteronormativo. Por ello “hay un número cada vez mayor de personas que o son marginadas dentro de sus comunidades o directamente son sacrificadas por el bien del cristianismo. ... a ellas no les queda otra salida que alejarse de las comunidades cristianas en busca de salvación”.

Si una religión no puede salvar, no puede dar la felicidad, ha perdido su esencia; lo que es indispensable para considerarla una religión respetable. Carlos tiene una conciencia madura de este aspecto malo del cristianismo, que provoca el sufrimiento de muchas personas. Bajo esta situación estoy convencido de que tenemos el deber moral de ser “exiliados de la religión”. Personalmente me identifico como un “exiliado de la religión católica oficial” que ha descubierto que en la iglesia “la ortodoxia (homófoba, evangelical o católica)” es como una cámara de gas para todas las personas LGTBIQ que, por desgracia, hemos nacido en ese entorno”.

Me gusta la claridad del mensaje de Carlos en estos tiempos en los que, especialmente en los ambientes católicos, debemos preguntarnos seriamente si como personas o como organizaciones LGBTIQ católicas tenemos un proyecto real de cambio de la homofobia de la iglesia. Personalmente pienso que hay muchos proyectos de supervivencia, de ayuda preciosa a las personas LGBTIQ creyentes en este sistema perverso que actúa contra ellas. Son proyectos respetables, que pueden tener un importante significado psicológico, espiritual, existencial para las personas, para que no pierdan la esperanza, para que no acaben con su vida. Pero, me pregunto si existe el proyecto más trascendental de denuncia y protesta para acabar con el sistema homófobo de la religión. Ésta es una falta, es nuestro grave pecado, el de los católicos y católicas gais, y también el de ciertos activistas laicos, cuando en realidad nos transformamos en colaboradores silenciosos, pero indispensables, del sistema de la homofobia religiosa. Las páginas de Carlos gritan contra este silencio cómplice con una religión culpable.

3. Poco a poco, gracias al progreso de los derechos humanos, aceptamos el respeto a la diversidad: en la vida social y familiar, en la escuela, en el trabajo o en los medios de comunicación, pero nos prohíben respetar la diversidad cuando entramos en una iglesia o cuando la iglesia institucional, como la católica, injustamente influye y organiza la vida social contra las personas LGBTIQ, contra las mujeres, contra las víctimas de su persecución. Hoy, la educación, la política, la economía, la comunicación, la vida privada o pública se están convirtiendo para respetar la diversidad sexual o de género. El único poder que falta por convertirse es la religión.

Por ello, es importante todo libro sobre homosexualidad y religión que sea sensible a la defensa de los derechos humanos, a la dignidad y al respeto de las personas LGBTIQ, contra los que actúan muchas religiones.

4. Una última nota antes de terminar. Carlos dedica el libro a su familia, a su marido y a sus hijas. Este es para mí el primer manifiesto de su libro. Yo diría un manifiesto religioso y espiritual. La salvación, que la religión busca y muchas veces la pierde porque estigmatiza a las personas, Carlos la encuentra. La encuentra muy cerca, en su familia. La salvación, la encuentra en el amor. Es exactamente este amor el que le falta al cristianismo cuando no quiere confrontarse con el misterio de la naturaleza personal y cuando, en consecuencia, deforma Jesús, que ya no es ni gay, ni mujer, ni refugiado, ni preso político, ni víctima de la violencia sexual de sus sacerdotes. Este Jesús de la religión sin amor, o con un amor artificial, no es nadie. Así podemos llegar a otra máxima: sólo el amor puede salvarnos, liberarnos, hacernos felices. Un amor sin etiquetas ni confesiones, un amor como tú lo conoces en tu vida, un amor que corresponde a tu naturaleza y a tu sexualidad.

Lo que es el amor no puede ser ni una decisión política ni religiosa. La religión y la sociedad deben solo reconocer, respetar y proteger el amor. Así era y así actuaba Jesús.

Enhorabuena a Carlos por su libro. Enhorabuena por las luchas compartidas de cada uno de nosotros y nosotras. Y recuerda: si la religión cambia o no, depende de todos nosotros, de nuestra decisión aquí y ahora.