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04-05-2021

Prefacio

Declaración académica sobre la ética de las relaciones libres y fieles entre personas del mismo sexo - Wijngaards Institute for Catholic Research


Prefacio

 

Dr. Krzysztof Charamsa

En estos tiempos de desafío histórico, la Declaración académica sobre la ética de las relaciones libres y fieles entre personas del mismo sexo ofrece un poderoso manifiesto intelectual y espiritual a favor tanto de las personas no heterosexuales como de la comunidad de la Iglesia Católica Romana. Permítanme reflexionar sobre estos cuatro elementos: tiempo, mensaje, personas y la Iglesia Católica Romana.

El tiempo del desafío histórico

Cuando en 1543 Nicolás Copérnico publicó De revolutionibus orbium coelestium, formulando la teoría heliocéntrica, destronó a la Tierra y al hombre de su posición en el centro del universo e inició una crisis radical de toda la cosmología bíblica. La doctrina de la Iglesia católica parecía estar en peligro irreversible y se necesitaron más de dos siglos para que el libro de Copérnico fuera eliminado del Índice de libros prohibidos. El proceso de aceptación eclesial de ese descubrimiento y la consiguiente actualización del entendimiento bíblico fue largo, y costó la libertad de Galileo Galilei y el sufrimiento de muchos. Estos hechos fueron finalmente reconocidos por el propio papado, cuando en el siglo XX pidió perdón “por el uso de la violencia que [algunos de nuestros hermanos] hicieron al servicio de la verdad”. [1]

Cuando más tarde, en 1859, Charles Darwin publicó El origen de las especies, descubriendo los fundamentos de la teoría de la evolución, comenzó la segunda gran revolución del pensamiento y el consiguiente desafío para la Iglesia católica. Mientras que con Copérnico cayó la imagen antigua del mundo basada en la interpretación bíblica, con Darwin comenzó el declive de la comprensión tradicional de la historia del mundo, lo que puso en peligro las certezas de la cronología bíblica. Las grandes constantes de la imagen bíblica, del principio y del final, parecían deslizarse hacia la indeterminación. El hombre apareció como un ser en constante transformación. Toda la comprensión de la realidad cambió, exigiendo que el ser dé espacio al devenir. Había que resolver el problema de la convivencia de la creación bíblica con el desarrollo evolutivo, lo que es posible, contrariamente a las primeras impresiones de las autoridades eclesiales. El enfrentamiento eclesial con las ciencias de la evolución también fue tortuoso, y sólo a finales del siglo XX se reconoció que la teoría de la evolución es más que una hipótesis científica[2], y que por tanto una fe religiosa que no quiere abandonar su alianza con la razón humana no puede evitar integrar sus descubrimientos.

La revolución copernicana nos obligó a cambiar la comprensión del hombre en el espacio; el darwinista requería una nueva comprensión del hombre en la historia y el tiempo. Ambas revoluciones exigieron una revisión de las interpretaciones bíblicas y formulaciones teológicas que hasta ese momento habían dado certeza a la mentalidad de los creyentes. Cualquier intento de verificarlas objetivamente despertaba en las autoridades eclesiales el temor de traicionar la verdad revelada. La dificultad parecía insuperable, alimentando las sospechas y negativas de los descubrimientos científicos, durante demasiado tiempo desacreditados como “modas pasajeras”, “ideologías irreconciliables con la fe” o como “hipótesis sin certezas”. El miedo fue capaz de paralizar durante años el inicio de un diálogo serio con el conocimiento humano actualizado.

En el siglo XX, la investigación científica condujo a una tercera revolución histórica, que ya no concierne al espacio del universo, ni a la historia del hombre, sino a su dimensión más íntima: su sexualidad. El punto de inflexión pasa ahora por la comprensión de la persona en sí misma, la construcción de su identidad y su dignidad como ser sexual marcado por la diferencia de las orientaciones sexuales. Afrontar este nuevo desafío es probablemente incluso más difícil que las dos revoluciones anteriores, porque interpela lo más intrínseco del ser humano: su ser en “sí mismo” y “con los demás”. Nuevamente las certezas seculares y las constantes, hasta ahora indiscutibles, de la comprensión de la realidad tiemblan ante el desafío que plantean tales descubrimientos, refugiándose la mayoría de las veces detrás del muro de la imposibilidad por parte de la mens creyente de aceptar los desarrollos del conocimiento humano.

En el pasado, la cosmología y la historiografía bíblica estaban en crisis, ahora la antropología bíblica parece estar amenazada. Una vez más, el mensaje bíblico parece a primera vista contradecir los descubrimientos de la razón. La Biblia parece oponerse al hecho de que la sexualidad en su naturaleza no se reduce solo a la heterosexualidad, sino que se diversifica en las orientaciones sexuales, entre las cuales existe la homosexualidad. Como en el caso de los descubrimientos del sistema heliocéntrico y de la evolución de las especies, también con respecto a la comprensión actual de la sexualidad humana, la contradicción insuperable con el mensaje bíblico es solo aparente. De hecho, la Palabra de Dios está abierta y preparada para acoger los dones de la razón humana sobre la sexualidad y la orientación homosexual en particular. La Iglesia católica, por tanto, está llamada de nuevo a tomar conciencia de esta apertura de la Palabra revelada que no teme la inteligibilidad y la racionalidad del conocimiento humano. Ante la intelligentia fidei se encuentra el desafío de la tercera revolución histórica.

El mensaje de una esperanza segura en hora de certezas vacilantes

La Declaración académica sobre la ética de las relaciones libres y fieles entre personas del mismo sexo preparada bajo los auspicios del Instituto Wijngaards para la Investigación Católica recoge proféticamente la necesidad de esta hora de la historia cristiana. La investigación concluye que “no hay motivos, ni científicos ni bíblicos, que sustenten el magisterio católico actual de que todos y cada uno de los actos sexuales tienen un significado y una finalidad procreativa, y que, en consecuencia, los actos entre personas del mismo sexo son «intrínsecamente desordenados» porque carecen de significado y finalidad procreativa” (§1.5). Por lo tanto, se recomienda urgentemente que “las autoridades competentes de la Iglesia católica abran un proceso de consulta para conocer la opinión de teólogos cristianos y expertos en otras disciplinas pertinentes sobre la ética de las relaciones entre personas del mismo sexo” (§2.1). En un proceso de estudio eclesial tan transparente, las autoridades científicas consultadas deben representar los puntos de vista de la mayoría de las comunidades académicas relevantes. A la responsabilidad de las autoridades eclesiales competentes les corresponde el deber de un nuevo pronunciamiento que revise la posición doctrinal y moral vigente a la luz de los conocimientos científicos y bíblicos actuales. La presente investigación puede considerarse el primer paso en este proceso de maduración.

Incluso en el caso de que la autoridad magisterial de la Iglesia no tenga plena certeza sobre el conocimiento humano y bíblico sobre la homosexualidad, al menos no puede negar la existencia de dudas fundadas y serias perplejidades sobre la validez de la sistematización actual del conocimiento eclesial sobre la sexualidad. La tarea de afrontar las objeciones justificadas de las ciencias y de los estudios bíblicos en un área tan vital como la sexualidad no puede dejarse por parte de la comunidad de creyentes para las próximas generaciones. Por tanto, entendemos la urgencia de una confrontación seria y objetiva de la Iglesia con la inteligibilidad de la orientación sexual. La capacidad homosexual, como la heterosexual, no es una “tendencia”, el resultado de la elección del individuo, de algún defecto o factor más allá de lo natural. En cambio, es la capacidad natural de cada persona para una profunda atracción emocional, afectiva y sexual hacia individuos de diferente sexo o del mismo sexo y para las relaciones íntimas y sexuales con ellos. Hoy no existen dudas de que la orientación sexual es mucho más que una hipótesis científica y debe ser considerada con la debida seriedad racional también mediante la reflexión teológica.

Se puede percibir que la necesidad de una deseada revisión por parte de la Iglesia es también intrínseca a la propia posición eclesial oficial. Hoy en día es cada vez más frecuente admitir que se superan las certezas pasadas, y ello puede ilustrarse con el siguiente ejemplo. Si bien el reciente documento sobre antropología bíblica de la Pontificia Comisión Bíblica reconoce definitivamente que el pasaje bíblico de Génesis 19,1-29 no tiene nada que ver con la homosexualidad[3], el Catecismo de la Iglesia Católica, que es vinculante para todos los católicos, usa ese pasaje como el primer argumento bíblico para condenar la homosexualidad como una depravación grave[4]. Es sólo una de las inconsistencias dogmáticas que ahora requieren un replanteamiento total de la condena, como lo desea la Declaración académica, y que no se puede conformar con mantener intacta la lógica de la condena con una simple anulación del principal locus responsable durante los siglos de la antigua interpretación de la homosexualidad en el mundo bíblico y post-bíblico.

La Declaración académica sobre la ética de las relaciones libres y fieles entre personas del mismo sexo demuestra puntualmente que todo el argumento bíblico que se considera fundamental para la condena de la homosexualidad ya no puede considerarse como tal a la luz del desarrollo de las ciencias humanas y de los estudios bíblicos. En este sentido, la Declaración adopta y desarrolla el otro principio reconocido por el citado documento de la Pontificia Comisión Bíblica: “la Biblia no habla de inclinación erótica hacia una persona del mismo sexo, sino únicamente de actos homosexuales. Y los trata en unos pocos textos, distintos entre sí en género literario e importancia”[5]. De hecho, el mundo bíblico no podía conocer la orientación homosexual como una característica esencial de la sexualidad humana. “Si bien los autores bíblicos sabían que algunas personas participaban en actividades sexuales con personas del mismo sexo, es improbable que alguno de ellos supiera que algunas personas tenían lo que ahora se llama ‘orientación homosexual’, es decir, una atracción sexual innata, exclusiva y permanente hacia el mismo sexo”[6]. Para la ética, como para la antropología, el nivel de conocimiento sobre la identidad sexual representa un problema evidente: una evaluación ética precisa de los actos de naturaleza sexual no puede concluirse sin una comprensión adecuada de la naturaleza sexual del sujeto de los actos mismos (agitur sequitur esse). Una legislación, como la bíblica, construida en base a un conocimiento de la sexualidad propio de su época necesita ser revisada en base a los desarrollos en el conocimiento sobre la identidad sexual que tenemos hoy.

A favor de la persona humana

Existe una diferencia importante entre el desarrollo cognitivo de nuestra sexualidad y el del sistema solar o de la evolución de las especies. En el pasado, las novedades científicas podían permanecer, después de todo, como temas sin una importancia primordial para la mayoría de las personas en su vida diaria y experiencia de fe. Contrariamente, hoy la comprensión de la sexualidad interpela en primera persona a todo ser humano e involucra directamente su experiencia diaria de relaciones interpersonales, familiares, sociales y eclesiales; la vida sentimental y sobre todo la aceptación positiva de uno mismo, de la propia identidad y dignidad. Desde este punto de vista, hay mucha más urgencia por parte de la religión en abordar la cuestión de la homosexualidad que su deber de confrontar los movimientos de los planetas o la evolución de las especies. La vida digna de las personas, la madurez afectiva y psicosexual, libre de conflictos de conciencia injustificados, la correcta comprensión de los derechos y deberes relacionados con la sexualidad, no puede esperar a largo plazo una respuesta religiosa coherente con los conocimientos humanos y bíblicos actualizados.

La rigurosa investigación que ofrece la Declaración académica está lejos de ser exclusivamente una prueba de alta competencia y arte exegético y teológico sofisticado, poco accesible para los no especialistas. En realidad, detrás de la academia están las personas y la academia se coloca empáticamente de parte de las personas, sobre todo cuando representan a la minoría, esos “últimos” que son y deben ser también la preocupación primordial de la Iglesia. Cuando las personas sufren, porque se sienten discriminadas y perseguidas, rechazadas o marginadas por doctrinas, leyes y disciplinas cuyas justificaciones presentan ahora mucho más que dudas fundadas, la revisión cuidadosa y empática por parte de las autoridades eclesiales competentes es un deber religioso y cristiano.

Un don y una tarea para la Iglesia

La Declaración académica sobre la ética de las relaciones libres y fieles entre personas del mismo sexo es un don y una tarea para la Iglesia que desea el papa Francisco. Los exégetas y teólogos, conscientes de su deber científico y cristiano, se dirigen a esa “Iglesia en salida [que] sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo”[7] y quiere ayudar a madurar “el juicio de la Iglesia”, que “necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad”[8], porque “la doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva”[9].

Al presentar a la Iglesia el progreso de las ciencias humanas y bíblicas, los firmantes realizan el acto de honestidad intelectual y confianza en la Iglesia descrita con entusiasmo profético por el papa Francisco: “La Iglesia no pretende detener el admirable progreso de las ciencias. Al contrario, se alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana. Cuando el desarrollo de las ciencias, manteniéndose con rigor académico en el campo de su objeto específico, vuelve evidente una determinada conclusión que la razón no puede negar, la fe no la contradice”[10]. El mismo papa anticipa una respuesta eclesial positiva a las peticiones competentes: “La escucha debe ser el primer paso, pero debe hacerse con la mente y el corazón abiertos, sin prejuicios. (...) Si tengo que escuchar, tengo que aceptar la realidad tal como es, para ver cuál debe ser mi respuesta (...) sin preconceptos o posiciones preestablecidas, pre-decisiones dogmáticas. (...) Escuchar es dejarse tocar por la realidad”[11]. Esta investigación académica se ocupa de la realidad más íntima de la persona humana, y la realidad es superior a cualquier idea: “La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. (…) La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad”[12]. Hoy la preciosa “idea” viva, que para los creyentes es la doctrina de la Iglesia, encuentra ante sí el desafío antropológico de la sexualidad. El papa Francisco lo capta con plena conciencia: “La comprensión del hombre cambia con el tiempo y su conciencia de sí mismo se hace más profunda. Pensemos en cuando la esclavitud era cosa admitida y cuando la pena de muerte se aceptaba sin problemas. Por tanto, se crece en comprensión de la verdad. (...) Por lo demás, en cada época el hombre intenta comprenderse y expresarse mejor a sí mismo. Y por tanto el hombre, con el tiempo, cambia su modo de percibirse. (...) En su pensamiento sobre el hombre la Iglesia debería tender a la genialidad, no a la decadencia. (...) El pensamiento de la Iglesia debe recuperar la genialidad y entender cada vez mejor como el hombre se comprende hoy, para desarrollar y profundizar sus proprias enseñanzas”[13].

Acoger las ciencias humanas sobre la sexualidad y confrontarlas seriamente con la Palabra revelada, con la competente ayuda de exegetas, teólogos y científicos, forma parte de la esperada genialidad de la Iglesia capaz de coraje y profecía evangélica. Sólo una identidad espiritual tan fuerte nos permite comprender de nuevo lo que podría parecer incluso imposible de ver de una manera nueva, como en el pasado parecía inimaginable poder conciliar los descubrimientos del católico Copérnico y el anglicano Darwin con la verdad de su fe y la nuestra.

La confrontación de la verdad revelada, de la que la comunidad de creyentes es guardiana, con las ciencias humanas y exegéticas en el campo de la sexualidad, sólidamente presentada por la Declaración académica, permitirá consolidar y mejorar la conceptualización actual de la fe cristiana y su visión del ser humano creado por y para el amor de Dios. La comprensión científica actual de las orientaciones sexuales innatas nos ayuda a comprender cuál es el verdadero punto de partida y la esencia misma de la antropología religiosa: la persona creada a imagen de Dios, que es el pura relacionalidad del amor. La Biblia no fija la cuestión científica de cómo está estructurada la sexualidad, sino que nos enseña el punto de partida y el propósito último al que debe servir la sexualidad humana: el amor. En su momento, el creyente Galileo Galilei defendió la idea de que la Biblia nos enseña cómo se va al cielo y no cómo va el cielo. La primera es la tarea propia de la religión, la segunda pertenece a la competencia de las ciencias. Hoy estamos llamados a seguir el mismo principio con respecto al universo de la sexualidad humana: la Biblia nos enseña cómo se realiza la propia sexualidad en el amor y no cómo la sexualidad ha sido formada en su naturaleza diferenciada. El primero es la preciosa tarea de la religión, en el segundo resulta indispensable la ayuda de las ciencias humanas.

[1] Juan Pablo II, Homilía de la jornada del perdón del Año Santo 2000, 12 de marzo de 2000, accesible en http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/homilies/2000/documents/hf_jp-ii_hom_20000312_pardon.html.

[2] Juan Pablo II, Mensaje a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996, n. 4, http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/messages/pont_messages/1996/documents/hf_jp-ii_mes_19961022_evoluzione.html.

[3] Che cosa è l’uomo? [¿Qué es el hombre?], 2019, nn. 186-188.

[4] n. 2357.

[5] Che cosa è l’uomo? [¿Qué es el hombre?], n. 185.

[6] Interim Research Report, 5.1.

[7] Exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, 24 de noviembre de 2013, n. 24, http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html.

[8] Evangelii gaudium, n. 40.

[9] Discurso en la V Congreso de la Iglesia Italiana, 10 de noviembre de 2015, cpv. 14, http://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2015/november/documents/papa-francesco_20151110_firenze-convegno-chiesa-italiana.html.

[10] Evangelii gaudium, n. 243.

[11] Discurso a los redactores y colaboradores de la revista “Aggiornamenti sociali”, 6 de diciembre de 2019, cpvv. 3.4.3, http://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2019/december/documents/papa-francesco_20191206_rivista.html.

[12] Evangelii gaudium, nn. 231-232.

[13] Entrevista al Papa Francisco, 19 de agosto de 2013, cpvv. 96-99: “Cómo se entiende el hombre a sí mismo”, http://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2013/september/documents/papa-francesco_20130921_intervista-spadaro.html.