Aislamientos invisibles
Las primeras semanas del confinamento han terminado con dos pensamientos. El primero es un diagnóstico, el segundo una receta.
El primer pensamiento es la certeza de que no temo a la muerte. Para ser preciso: no tengo miedo a mi muerte (no es así con la muerte de otras personas, a las que amo y empezaría a extrañar enseguida). Pero a mi muerte no le tengo miedo. Así como no me preocupé por nacer, tampoco me preocupo por morir, dijo Federico García Lorca, asesinado por un régimen católico que no podía soportar su humanidad, su diversidad y su libertad. Después de la muerte no existe el miedo, ni el dolor, ni la injusticia ni la discriminación. Ni siquiera existe mi propia muerte. Cuando muero, mi muerte ya no existe y no puede preocuparme. "Existe" solo durante la vida como un "pronóstico" futuro, una "perspectiva" inevitable, un "peligro" que hay que eliminar. No, no tengo miedo a mi muerte. Vivo en paz con ese sueño, que será mi muerte.
Pero sí tengo miedo al aislamiento. Tengo miedo a una vida cerrada, bloqueada, impedida, encarcelada y desacreditada. Tengo miedo a la vida que se convierte en una muerte, un bloqueo total, un rechazo injustificable. Tengo miedo a la muerte en vida. Cuando hoy la humanidad, para salvarse, debe imponer un aislamiento, nos resulta más fácil entender a la persona que permanece cerrada e indefensa en su mundo, sin fuerzas para vivir. Pienso en la persona desempleada que pierde la esperanza de encontrar trabajo. Pienso en la persona enferma o con una discapacidad, aislada y abandonada. Pienso en todos aquellos que sufren depresión. Pienso en las personas discriminadas y en las víctimas de violencia, que no pueden hablar con nadie por miedo a no ser comprendidas. Pienso en todos aquellos que están injustamente encarcelados, o social o religiosamente rechazados porque son diferentes. Este aislamiento universal para salvar nuestras vidas me ayuda a comprender todos los aislamientos invisibles causados injustamente por nuestras sociedades y religiones, por nuestras economías y políticas, por nuestros prejuicios e injusticias: por nuestros “virus” diarios. Tengo miedo a estos aislamientos. Causan una muerte lenta e invisible de la persona. Si hoy, con el confinamiento sanitario, queremos salvar vidas, esa nueva vida que recuperemos debe ser capaz de liberarnos de todos los aislamientos invisibles que causan la muerte en vida de muchas personas.
El segundo pensamiento: no es suficiente encerrarse en casa con fines profilácticos para no infectarse. Necesitamos además otro tratamiento: el de poner en orden nuestras vidas y nuestras cabeza, y en la mirada en nosotros mismos y en los demás. El tratamiento de deshacernos de mucho, dentro y fuera de nosotros, para ser libres y ligeros, para ser capaces de movernos nuevamente. Libres de recuerdos inútiles, de rencores paralizantes, de problemas magnificados, de miedos contraproducentes, de odios destructivos, de prejuicios y estereotipos, de discriminaciones patriarcales, homofóbicas y misóginas.
Libérate ahora para poder enfrentar un nuevo mundo, que no será el mismo. Seguirá siendo veloz como antes, para recuperar económicamente el tiempo perdido, pero no será el mismo. Puedes contribuir en su novedad si te liberas de tus prejuicios, de tus discriminaciones, de tu intolerancia, de tus muros que rechazan la libertad de los demás y su diversidad.
No temo a mi muerte, sino al tiempo perdido, al aislamiento causado por la discriminación y el rechazo de los demás. Temo a la depresión e impotencia provocada por nuestras injusticias patriarcales, religiosas y sociales. Tengo miedo de la muerte en vida de las personas. Con la medicina y la ciencia podemos vencer al virus y evitar la muerte, pero no la muerte en vida. Vencerla depende de ti, quizás en este momento extraño que puede ser un momento de liberación.